Si bien la psicopatología tradicional hace distinciones entre ansiedad y angustia, en términos de la relación de causalidad temporal -actual o futura-, o en términos de su “punto de emergencia” -psique o soma; en la actualidad tienden a ser entendidos como sinónimos y es de esa manera que lo trataremos aquí.

Difícilmente se puede decir que la angustia es siempre patológica, por lo tanto síntoma, pues es reconocido que ella nos acompaña en múltiples instancias vitales que podríamos considerar normales: en los duelos, en los momentos previos a una evaluación o acompañando un sin numero de situaciones vitales que llamaremos “complicada” como pueden ser los problemas económicos, laborales, familiares o de parejas.  Pero también se le reconocería con claridad el carácter patológico en una cantidad importante de las veces en que emerge.

Diremos entonces que la angustia corresponde a un estado emocional o afectivo que se despliega dimensionalmente desde la angustia normal hasta la patológica. Es de esta última, la patológica, de la que en propiedad la psiquiatría y psicología clínica debiese ocuparse.

En tiempos  estresante y por que no traumatizantes, como es el que vivimos en este momento debido a una serie de situaciones que como sociedad estamos expuestos (estallido social, pandemia, lideres incapaces, incertidumbre económica, etc.); resulta esperable que la angustia emerja en parte importante de la población.

Entonces la pregunta es cuándo la angustia es patológica. Por lo tanto síntoma y susceptible de ser abordada por  profesionales de la salud mental. Lo anterior no es un tema menor porque la efectividad de la “intervención” cualquiera que esta sea, depende de esta diferenciación. Los individuos, grupos humanos y la sociedad tienen mecanismos y dispositivos eficaces para el manejo de la angustia normal: amigos, familia, la fe, el yoga, la relajación, el deporte, la peluquera, la manicurista, el barman, y muchos más. Por otro lado, cuando el individuo llega con esta angustia “normal” al clínico, se encontrará a merced de él y su sesgo patologizante.

En la psicopatología descriptiva tradicional se reconocen algunos elementos diferenciadores. La relación de causalidad, si la angustia emerge sin que exista una causa especifica -como en la crisis de pánico- estaremos en el terreno de lo patológico, en contraposición si me ataca un león presentare una respuesta angustiosa paroxística similar en todo, a una crisis de pánico pero que consideraremos normal.  La duración, la angustia como toda emoción es fluctuante presentando en todo momento una variación de su intensidad, si la angustia se encuentra en forma permanente ya estaremos pensando en lo patológico. Magnitud de la respuesta, si la angustia  mantiene relación con una causalidad con algún elemento ambiental o de la vida psíquica, pero la respuesta es desproporcionada también pensaremos ya en lo patológico. Interferencia vital, al margen de todo lo anterior la angustia que interfiere significativamente la vida del individuo, la consideraremos también patológica; un poco de angustia puede resultar un estimulo eficaz para lograr un objetivo laboral o académico, pero si actúa paralizando o reduciendo el rendimiento estaremos en la situación contraria.

Dicho todo lo anterior, resulta evidente la responsabilidad que pesa sobre los profesionales de la salud mental, pues debemos quedarnos en el ámbito de lo patológico, pretender trabajar sobre la angustia normal seria ofrecer una intervención de algo así como “de crecimiento personal” y para eso no somos quien, ni estamos capacitados.

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